1. ¿A quién le importan las Inferiores?

Independiente es el club del fútbol argentino que más ingresos generó por la venta directa un jugador surgido de sus Divisiones Inferiores. El 29 de mayo de 2006, cuando Atlético de Madrid oficializó la incorporación de Sergio Agüero a cambio de 23 millones de euros, sigue siendo una fecha histórica.

Su aparición debería ubicarse en la categoría de lo fuera de serie: la excepción a la regla de un proyecto desviado. Y podría haber sido el punto de partida de una refundación que el Rojo necesitaba. La crisis institucional, que ya atravesaba todos los rincones del club cuando el “Kun” dio sus primeros pasos, afectaba especialmente a los chicos que soñaban con jugar en Primera.

Este libro relata lo que sucedió en las Divisiones Inferiores a partir de ese momento: cómo Independiente desaprovechó una oportunidad histórica y se transformó en la pintura más cruel de un mundo que existe, con diferentes matices, en todos los clubes.

Desde de la venta de Agüero hasta agosto de 2018, debutaron en la Primera de Independiente 68 jugadores surgidos de sus Inferiores. De ellos, solo 15 superaron los 50 partidos oficiales y apenas 5 generaron ingresos por ventas directas. La categoría 96, en 2010, fue la única que dio una vuelta olímpica. Es cierto que en juveniles los resultados no se miden directamente en base a la tabla de posiciones, pero las estadísticas marcan una tendencia. La desidia y el abandono tuvieron consecuencias concretas: un descenso, seis cambios de coordinador de Inferiores en siete años y pibes afrontando situaciones humillantes.

En 2012 se derrumbó el muro perimetral del predio de Villa Domínico, donde vivían y se entrenaban, y así quedó durante varios meses. Los vecinos cruzaban con las compras por el medio del predio para acortar camino. Los más osados organizaban torneos relámpago. El pasto de una cancha llegaba hasta el travesaño, ya que los operarios no cobraban el sueldo. Los equipos juveniles emprendían viajes en colectivo rumbo a San Juan sin bidones de agua ni presupuesto para comprar comida en las paradas. Algunas camisetas estaban descosidas y a veces se entrenaban con pelotas sin gajos.

En la pensión no había calefacción ni ventiladores. A los colchones les faltaba relleno y los baños tenían más humedades que azulejos. Entre 2011 y 2012 vivieron en el predio más de 80 chicos, superando ampliamente la capacidad de las 20 habitaciones disponibles. Algunos dormían en colchones tirados en el piso y no se animaban a contárselo a sus padres porque temían que los obligaran a volver a sus casas.

Durante un tiempo no fue necesario ingresar con llave porque no había puerta de ingreso: directamente estaban las de las habitaciones. Y, cuando se abrían, no había ni vereda. Desde donde dormían, salían directamente al pasto, conviviendo con el barro, la lluvia que se filtraba y el chiflete del invierno. “Una situación más bien carcelaria”, definió uno de los entrevistados. De las tantas inscripciones que hacían los chicos en las cuchetas de madera, una hacía una referencia similar: “Esto es peor que una cárcel”, decía.

Llegaron a comer fideos con aceite cinco días a la semana. No había ni para manteca. En 2018 se supo que algunos de los que vivían en la pensión fueron víctimas de abuso, lo que se convirtió en uno de los casos más conmocionantes de los últimos tiempos. En ese contexto, los que llegaron a jugar en Primera fueron más sobrevivientes que promesas. Muy pocos lograron debutar bajo un escenario favorable. Aunque ganó copas internacionales, Independiente aún atraviesa la peor racha de su historia sin títulos locales: no consigue ninguno desde 2002. Los murmullos y la poca paciencia de un público acostumbrado a ganar tampoco ayudaron. En la derrota, los pibes son descartables.

El sistema es darwiniano, competitivo hasta la inhumanidad. Está repleto de falsas promesas y de historias con final infeliz. La problemática social excede a un club y está tan arraigada que prácticamente no tiene visibilidad. Mientras las estrellas y las polémicas de turno generan 24 horas de noticias, queda poco lugar para el lado B del fútbol; mientras el plantel profesional gana los domingos, nadie se preocupa por los pibes del futuro.

Durante los más de diez años que pasaron desde la venta de Agüero, los relatos sobre las Inferiores son incontables. Algunos ponen en jaque la macabra escala de valores de dirigentes, hinchas y gran parte de la sociedad. A lo largo de estas páginas, el fútbol se mezcla con la crisis económica; los intereses personales, con los institucionales; y las Inferiores, con la Primera. La realidad de los juveniles de Independiente también tiene muchos puntos en común con los de otros clubes. Este libro es una botella lanzada al medio del mar. Tiene algunas respuestas, tal vez muchas, pero especialmente una pregunta que repica una y otra vez:

¿A quién le importan las Inferiores?
  1. ¿A quién le importan las Inferiores?

Independiente es el club del fútbol argentino que más ingresos generó por la venta directa un jugador surgido de sus Divisiones Inferiores. El 29 de mayo de 2006, cuando Atlético de Madrid oficializó la incorporación de Sergio Agüero a cambio de 23 millones de euros, sigue siendo una fecha histórica.

Su aparición debería ubicarse en la categoría de lo fuera de serie: la excepción a la regla de un proyecto desviado. Y podría haber sido el punto de partida de una refundación que el Rojo necesitaba. La crisis institucional, que ya atravesaba todos los rincones del club cuando el “Kun” dio sus primeros pasos, afectaba especialmente a los chicos que soñaban con jugar en Primera.

Este libro relata lo que sucedió en las Divisiones Inferiores a partir de ese momento: cómo Independiente desaprovechó una oportunidad histórica y se transformó en la pintura más cruel de un mundo que existe, con diferentes matices, en todos los clubes.

Desde de la venta de Agüero hasta agosto de 2018, debutaron en la Primera de Independiente 68 jugadores surgidos de sus Inferiores. De ellos, solo 15 superaron los 50 partidos oficiales y apenas 5 generaron ingresos por ventas directas. La categoría 96, en 2010, fue la única que dio una vuelta olímpica. Es cierto que en juveniles los resultados no se miden directamente en base a la tabla de posiciones, pero las estadísticas marcan una tendencia. La desidia y el abandono tuvieron consecuencias concretas: un descenso, seis cambios de coordinador de Inferiores en siete años y pibes afrontando situaciones humillantes.

En 2012 se derrumbó el muro perimetral del predio de Villa Domínico, donde vivían y se entrenaban, y así quedó durante varios meses. Los vecinos cruzaban con las compras por el medio del predio para acortar camino. Los más osados organizaban torneos relámpago. El pasto de una cancha llegaba hasta el travesaño, ya que los operarios no cobraban el sueldo. Los equipos juveniles emprendían viajes en colectivo rumbo a San Juan sin bidones de agua ni presupuesto para comprar comida en las paradas. Algunas camisetas estaban descosidas y a veces se entrenaban con pelotas sin gajos.

En la pensión no había calefacción ni ventiladores. A los colchones les faltaba relleno y los baños tenían más humedades que azulejos. Entre 2011 y 2012 vivieron en el predio más de 80 chicos, superando ampliamente la capacidad de las 20 habitaciones disponibles. Algunos dormían en colchones tirados en el piso y no se animaban a contárselo a sus padres porque temían que los obligaran a volver a sus casas.

Durante un tiempo no fue necesario ingresar con llave porque no había puerta de ingreso: directamente estaban las de las habitaciones. Y, cuando se abrían, no había ni vereda. Desde donde dormían, salían directamente al pasto, conviviendo con el barro, la lluvia que se filtraba y el chiflete del invierno. “Una situación más bien carcelaria”, definió uno de los entrevistados. De las tantas inscripciones que hacían los chicos en las cuchetas de madera, una hacía una referencia similar: “Esto es peor que una cárcel”, decía.

Llegaron a comer fideos con aceite cinco días a la semana. No había ni para manteca. En 2018 se supo que algunos de los que vivían en la pensión fueron víctimas de abuso, lo que se convirtió en uno de los casos más conmocionantes de los últimos tiempos. En ese contexto, los que llegaron a jugar en Primera fueron más sobrevivientes que promesas. Muy pocos lograron debutar bajo un escenario favorable. Aunque ganó copas internacionales, Independiente aún atraviesa la peor racha de su historia sin títulos locales: no consigue ninguno desde 2002. Los murmullos y la poca paciencia de un público acostumbrado a ganar tampoco ayudaron. En la derrota, los pibes son descartables.

El sistema es darwiniano, competitivo hasta la inhumanidad. Está repleto de falsas promesas y de historias con final infeliz. La problemática social excede a un club y está tan arraigada que prácticamente no tiene visibilidad. Mientras las estrellas y las polémicas de turno generan 24 horas de noticias, queda poco lugar para el lado B del fútbol; mientras el plantel profesional gana los domingos, nadie se preocupa por los pibes del futuro.

Durante los más de diez años que pasaron desde la venta de Agüero, los relatos sobre las Inferiores son incontables. Algunos ponen en jaque la macabra escala de valores de dirigentes, hinchas y gran parte de la sociedad. A lo largo de estas páginas, el fútbol se mezcla con la crisis económica; los intereses personales, con los institucionales; y las Inferiores, con la Primera. La realidad de los juveniles de Independiente también tiene muchos puntos en común con los de otros clubes. Este libro es una botella lanzada al medio del mar. Tiene algunas respuestas, tal vez muchas, pero especialmente una pregunta que repica una y otra vez:

¿A quién le importan las Inferiores?